Apretar y rechinar los dientes son dos de los hábitos más comunes del bruxismo, un trastorno que afecta a más de un 20% de la población, y que puede aparecer a cualquier edad. Pero, ¿cómo puede detectarse el bruxismo en niños y cuándo actuar?

En Clínica Parra Vázquez contamos con grandes profesionales en odontopediatría en Granada, especializados en la salud dental de los más pequeños de la casa.

¿Cómo saber si mi hijo tiene bruxismo?

El bruxismo puede identificarse fácilmente a través de síntomas como el rechinamiento, apretamiento y chasquidos de los dientes durante el día o la noche.

Esta patología suele aparecer cuando empiezan a caerse los primeros dientes de leche. Aunque puede hacerlo a cualquier edad.

Cuando los niños son pequeños, el esmalte dental es más fino y poroso, por lo que el bruxismo infantil puede ocasionar un deterioro rápido y agresivo de éste.

Otro indicador de bruxismo en niños es el dolor de mandíbula y la inflamación que provocan los movimientos involuntarios que hacen los niños con sus dientes. Esta inflamación puede causar dolor y hacer que los niños no quieran cepillarse los dientes o incluso comer.

¿Cuáles son las causas del bruxismo en niños?

En los niños, el bruxismo puede formar parte de la maduración fisiológica del sistema nervioso central. No obstante, pueden darse otros factores que fomenten la aparición del bruxismo infantil.

Por ejemplo, los mecanismos fisiopatológicos de niños con un alto nivel de responsabilidad o inestabilidad emocional; o factores sociales y psicológicos que interfieren en las relaciones y el comportamiento.

Otra teoría es que el bruxismo en niños aparece como un mecanismo para intentar restablecer la permeabilidad de la vía aérea si se sufren alteraciones respiratorias.

También tienen relación con la aparición del bruxismo otros hábitos orales de los niños como el chupeteo o morderse las uñas.

El bruxismo infantil tiende a desaparecer con el tiempo

La prevalencia de bruxismo aumenta hasta los siete años y disminuye desde los ocho. De esta forma, desde los tres años a los cinco y medio dejan de ser bruxistas un 4-6% de los casos diagnosticados, a los seis años un 14%; mientras que lo siguen siendo un 76% de los mismos a esa edad. A los 16 sólo persiste un 33% del bruxismo infantil.

Desde la SEDO recuerdan que bruxismo infantil es un fenómeno que ocurre muy frecuentemente durante el desarrollo de la dentición, y que suele desaparecer progresivamente en el momento en el que empiezan a salir las muelas permanentes y los dientes incisivos. No obstante, si durante la adolescencia persiste este problema se recomienda acudir a un especialista odontopediatra para que éste realice una revisión.

¿Cuándo actuar para tratar el bruxismo infantil?

El bruxismo en niños puede dañar la dentición de los niños en función de la intensidad, la frecuencia y la persistencia del hábito bruxista a lo largo del crecimiento y desarrollo del menor.

La principal consecuencia de este problema es el desgaste que se produce en los dientes. Y dado que cada niño y caso son diferentes, será el odontopediatra el que deberá valorar y controlar el desgaste de los dientes lo antes posible para intervenir cuando éste sea excesivo.

Muchas veces el tratamiento de este problema depende del trabajo conjunto de diversos expertos como el odontopediatra, otorrinolaringólogo, fisioterapeuta y psicólogo.

Ya que debido al origen psicológico del bruxismo, también hay que prestar especial atención a la salud emocional del niño y consultar con un especialista si se requiere, dado que su salud mental es garantía de salud física.

Según considera la presidenta de la Sociedad Española de Odontopediatría (SEOP), sólo se realizará intervención en los casos de bruxismo infantil acompañado de desgaste extremo. Siempre y cuando se confirme que el bruxismo es la causa del desgaste y no otros factores que generen erosión; la hipertrofia marcada de la musculatura; y fracturas repetidas de restauraciones o exfoliación prematura de temporales sin otra causa. Así como en casos de problemas temporomandibulares asociados al dolor y a la limitación de apertura; a niños con un alto nivel de ansiedad o de riesgo psicológico; en caso de trastornos del sueño asociados o de trastornos respiratorios; en situaciones de mala higiene del sueño; en trastornos del comportamiento; o en el bruxismo secundario al uso de fármacos

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